Por Javiera Muñoz
El 11 de septiembre de 1973 nuestro país vive un momento de gran violencia, donde la institucionalidad desaparece, la libertad de expresión es acallada y las violaciones a los Derechos Humanos se volvieron rutinarias. La sociedad chilena estaba ciega, sorda y muda por el miedo y la represión causada, por lo que hoy en día es muy difícil que se hable abiertamente de este tema, sobre todo en las aulas de la educación chilena, donde la información y la prioridad de uno de los períodos más importantes de nuestra historia, es vaga y superficial, llegando ser a veces una conversación censurada por las diferentes posturas políticas de unos o por la melancolía que se origina en otros.
A lo anterior, se suma la presencia de disturbios y vandalismo en todos los 11 de septiembre, fecha en que menores de edad son parte de las acciones sin siquiera contar con una simple idea u opinión sobre el Golpe de Estado. Aquí es posible percatarse de la ignorancia producida por la poca indagación de un tema de trascendencia en la sociedad chilena.
No hace poco, el 11 de enero del 2010, se inauguró un proyecto Bicentenario llamado Museo de la Memoria y de los Derechos Humanos, cuyo fin es dignificar a las victimas, informar y estimular a la reflexión. Esto se convierte en una de las herramientas más importante para nuestra historia, porque es posible que cualquier persona que lo visite, conozca y se instruya sobre la etapa del Régimen Militar.
Además, podremos recordar y revivir el pasado que algunos callan. Sin duda, reconstruirlo nos ayudaría a formar un futuro próspero, sin que estas transgresiones vuelvan a ocurrir.
La memoria es el elemento esencial de una nación, es la pauta a seguir, es saber como fuimos y, asimismo, lo que seremos.
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